Hace 76 millones de años, un dinosaurio herbívoro de la especie Centrosaurus apertus —un pariente del más conocido triceratops— caminaba con gran dificultad, quizá con intensos dolores. Murió junto a otros miembros de su manada, probablemente ahogado por una fuerte riada. Pero la enfermedad que padecía le habría terminado matando: osteosarcoma, cáncer de huesos, en estado avanzado. El hallazgo, publicado recientemente en The Lancet Oncology, viene a poner un peso más en uno de los platos de la balanza de una vieja cuestión: ¿es el cáncer una enfermedad moderna, instigada por factores ambientales ligados a nuestro —no siempre muy saludable— estilo de vida, como a veces se dice? ¿O es algo casi tan antiguo como la vida por ser solo una consecuencia indeseable de nuestra propia biología?
El centrosaurio mencionado es, según el estudio, el primer caso confirmado de un cáncer en dinosaurios: “Hasta la fecha, según nuestro conocimiento, no se han reportado casos de cáncer maligno en dinosaurios con la suficiente fiabilidad para considerarse confirmados, al menos por los estándares médicos modernos, que requieren biopsia y examen a nivel celular”, escriben los autores. Sin embargo, no ha sido el primer caso sospechoso en animales prehistóricos; anteriormente se habían documentado otros en dinosaurios, aunque sin el nivel de precisión del actual, junto con ejemplos más antiguos en peces del Paleozoico, hace más de 300 millones de años. También en 2020 se ha descrito un posible tipo raro de cáncer llamado histiocitosis de células de Langerhans en un hadrosaurio, un dinosaurio con pico que vivió en el Cretácico. Según los autores del estudio del centrosaurio, “las pruebas sugieren que los cánceres malignos, incluidos los de hueso, están profundamente arraigados en la historia evolutiva de los organismos”.
UNA ENFERMEDAD HECHA POR EL HOMBRE
A pesar de ello, a menudo escuchamos un mensaje algo diferente: que el cáncer es una enfermedad humana moderna, causada por los factores ambientales nocivos a los que nos expone nuestro modo de vida. En 2010, dos investigadores de las universidades de Manchester y Villanova esgrimían la escasa detección de cánceres en las momias egipcias para concluir que “el cáncer era raro en la antigüedad, y por tanto plantea preguntas sobre el papel de los factores ambientales carcinogénicos en las sociedades modernas”. Según dijo la coautora del estudio, la egiptóloga Rosalie David, “no hay nada en el entorno natural que pueda causar cáncer. Así que tiene que ser una enfermedad hecha por el hombre, debida a la contaminación y los cambios en nuestra dieta y estilo de vida”.Sin embargo, el estudio provocó una oleada de comentarios de respuesta. Expertos en cáncer rebatían las palabras de David aportando ejemplos de factores naturales carcinogénicos, desde la luz ultravioleta del sol a compuestos químicos hallados en mohos y plantas. En su blog de la revista Science, el químico Derek Lowe advertía contra lo que llamaba el efecto del Jardín del Edén
: la idea de que “había un tiempo —hace mucho— en que la gente estaba en armonía con la naturaleza, comía alimentos naturales puros y saludables (del tipo de los que se supone que debemos comer), y no tenía todos los horribles problemas que tenemos en estos degenerados tiempos modernos”.
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